sábado, 27 de octubre de 2007

Hace un par de días
en una calle muy concurrida de Barcelona,
me encontre paseando
observando a la gente que
como yo caminaban calle arriba
calle abajo, parando de vez en cuando
a mirar postales en algún quiosco de por ahí.
Tuve entonces, mientras recuría sin rumbo
aquella calle tan llena de turistas,
tuve de nuevo esa sensación
que amenudo me invade cuando
corro por entre ese gran escaparate que es el mundo,
lleno de gentes anónimas que pasan,
invadiendo el espacio, llenándolo de ruido,
de miradas extrañas
que pasan y apenas duran un instante
imágenes que se pierden en el fluir del tiempo.
Esa sensación confusa, de tristeza y asombo a la vez
ante la etérea belleza del mundo
en el que emerjen las ciudades
esas colmenas de las que habló Cela,
llenas de vacío y de tragedia,
donde se entremezclan y confunden
las vidas de los hombres,
que se asoman al avismo de la existencia,
en el vertiginoso sucederse de los días;
disfrazados de rutina,
se van sin hacer ruido
y uno solo atiende a que ya no estan
cuando apenas si nos queda su recuerdo
sombras y vagas figuras,
que corren por mi mente ahora
que pienso en aquella mañana,
y la releo a la luz de la luna.
Parece mentira que ayer fuese ayer;
el tiempo es extraño,
como si para cada momento
el transcurrir de minutos cambiase;
sesenta segundos...
lo que al principio parecía eterno
para unos ojos cansados no es más
que un fugaz relámpago,
la vida que corre
y se derrama entre los dedos
de una mano arrugada.

Ya se cuela por entre las puertas y ventanas
la luz amarillo pálido que anuncia el otoño,
mientras Tú,
que ya no sientes el dolor del cambio
contemplas en silencio el mundo,
le das sentido a todo,
incluso al tiempo
que a mi, que Te conozco
ya no me parece tan insoportable.

11 de Septiembre de 2007