Se muy bien que anhelas mis caderas, precisamente por eso me gusta negártelas. Lo he pensado y creo que es por que tu seguridad me provoca pánico. Yo mejor que nadie se lo que es estar al otro lado. Por eso me alejo, así, para que me olvides fácilmente y no dejes que el deseo se convierta en otra cosa.
Algún día, cuando haya aprendido a jugar al escondite, me tendrás cuando me encuentres, tras haber contado hasta cien. Entonces no habrá evasión, me perderé en el calor de tus besos, dejaré de pensar que son de otra que los reciba sin tantas preguntas.
¿Será así? Tal vez esa vez también llegue tarde...